martes, 30 de abril de 2013

Los zapatitos

Era una casa vieja, fría, de piedra. Sí, fría, al tacto, pero con mucho (como decimos los catalanes) "caliu". Era la antigua vieja casa de mis abuelos, dónde yo había estado de pequeñita, jugando tantos y tantos veranos.

Pero no lo era.

En una de las paredes, había un pequeño hueco, a modo de estantería antigua, dónde habían amontonados, un montón de zapatitos de niño pequeño. Zapatitos de todos los colores, y varios tamaños, pero todos bastante pequeños. Cogí algunas muestras de los mismos, extendiéndolas sobre las palmas de mis manos. Entonces me di cuenta que eran zapatitos sueltos, sin su par correspondiente.

- ¿Y ésto? - pregunto.


Mis padres estaban cómodamente sentados en un sofá, abrazados, y muy sonrientes. Mi padre lucía unas largas patillas, lo que me hace pensar que debemos estar a finales de los años 80. Mis padres son felices, sonríen, se abrazan. Deben de rondar los 40 años.

Pero no, no tenían 40 años.

- Son zapatitos de tu hermano Albert, cuando era pequeño. Me ha hecho gracia ponerlos ahí. Los hemos encontrado y he mandado a tu tío Rafael lavarlos todos para ponerlos en este sitio- dice mi madre.

Mi tío Rafael anda por ahí, pero no consigo verlo. Mis hermanas también están, las dos, pero tampoco las veo.

Yo respiro hondo, muy hondo, y me embriaga ese olor a mis abuelos, a mi niñez. Observo alrededor mío y todo está lleno de recuerdos. Mis abuelos ya no están, lo sé, aunque nadie me lo diga. Alzo la vista y veo unas estanterías llenas de latas de conservas, las conservas que a mi abuela le gustaba tener en la cocina. Esas conservas que en casa de mis padres nunca tenía, y tanto disfrutaba cuando iba al pueblo por verano.

- Mira, si está todo igual, mira esas latas - digo señalando las estanterías.

Mis padres no dicen nada, pero me siguen mirando sonrientes, tranquilos, serenos...

Todo sigue igual, y mis abuelos ya no están allí. Es como si hiciera poco que se han marchado, los dos, juntos. Huele a comidas caseras, a tomate frito, a madera vieja, a orín de gato, a la paja de las sillitas que mi abuelo nos fabricó cuando éramos muy pequeñas. Y toda la casa rezuma a ellos.

Pero no, ya no están. Hace mucho tiempo que no están.


No hay comentarios:

Publicar un comentario