sábado, 2 de noviembre de 2013

El secreto inconfesable


Aquella tarde ella le esperaba en casa. Había solicitado un día libre, para poder explicarle la verdad. Se había puesto, para la ocasión, aquel par de zapatos que él le regalo y tantas veces le reprochó no haberse puesto. Ella era la chica sana, deportiva, aquella mujer que ningún hombre se giraría para mirarla por la calle, cuando iban paseando juntos. La perfecta ama de casa que todo hombre quiso tener.

Con los nervios a flor de piel, se encendió otro cigarillo, a la espera que aquella puerta se abriera y él se encontrara con una mujer totalmente desconocida para él. Pero sí, ésta era otra parte de ella, una parte oculta por miedo a perderlo. Recordaba todas aquellas veces que él le había pedido que cambiara de turno, no entendía por qué tenía que trabajar por la noche. La crisis fue perfecta para agarrarse al turno que más sueldo dejaba a fin de mes.

"Tic, tic, tic" taconeaba ella contra el suelo, cada vez más nerviosa, viendo que la puerta no se abría. Y entonces lo comprendió todo. Supo que él no volvería jamás. Probablemente habría descubierto esos zapatos debajo de la cama en alguna ocasión. Quizá hubiera notado el olor a tabaco en su aliento... o en su pelo.

Era un secreto inconfesable y por, ironías de la vida, lo seguiría siendo.

Se sirvió otra copa de vino. Miró la hora del reloj de pared. Todavía era temprano. Aún podría volver al club esa noche. Y una sonrisa burlona se dibujó en su boca