domingo, 16 de febrero de 2014

Un nuevo día




Todavía era de noche. Le gustaba aquella sensación de escuchar sus propios pasos, su propio trote. Excepto por un barrendero con el que se había cruzado hacía poco, toda la noche parecía haber caído rendida a sus pies. El amo del mundo.

Miró al cielo, cubierto con unas espesas nubes, perfectas para amenizar el placer visual que estaba sintiendo. Siguió con su carrera, no debía parar el ritmo: sus padres, deportistas natos, así se lo enseñaron.

- Papá, ¿por qué te vas tan temprano a correr? Si no hay nadie por la calle!
- Hijo mío, algún día lo entederás.

Nunca se lo explicó, pero ahora ya sabía por qué.

Las gotas de sudor recorrían su frente. Estaba siendo una dura carrera, perfecta para sacar la adrenalina que llevaba dentro. Y olvidar todo malo pensamiento o recuerdo que nublaba su cabeza, por momentos. Un día le dijo que no le quería, y él se acostumbró a una vida sin amor. Aceleró el paso, aún más, en un intento de sacarse aquella puta rabia que le había partido el alma en un pasado.

Pero él sabía que las cosas iban a cambiar, lo presentía. Estaba convencido que el destino le iba a devolver toda y cada una de esas fuerzas que había ido perdiendo por el camino de su compleja vida, hasta devolvérselas, en su total integridad.

Miro detenidamente hacía delante y atisbó un pequeño rayo de sol en el horizonte. Sonrió. Lo estaba esperando. Sabía que ella, minutos después, vería exactamente ese mismo rayo de sol. Aquello hacía volar su imaginación, transportándole rápidamente en otra dirección.

De repente abrió los ojos y se dio cuenta que estaba parado.

- Venga, corre, corre!!! - se dijo para sí, reanudando su trayectoria.

Una sirena se escuchó a lo lejos. La ciudad se despertaba. Pero él había sido el primero en recibir aquel bello día.