jueves, 12 de abril de 2012
La Pesca
Mi padre era un gran aficionado a la pesca, le encantaba. Cogíamos el
coche y nos íbamos a cualquier playa del Maresme a pasar el día.
Ibamos cargados de cosas: sombrilla, toallas, cubos, ropa de recambio,
la nevera con bebidas, comida, y, por supuesto, las cañas de mi padre,
pulcramente plegadas. Recuerdo que casi siempre parábamos en el pueblo
de Montgat, donde compraba cebos vivos (gusanos), a mí siempre me
daban mucho asco. Cuando ya atardecía, y la gente empezaba a
marcharse, mi padre montaba las cañas, había veces que ponía hasta 3.
Mientras tanto, mis hermanas y yo seguíamos jugando en el agua, poco
nos importaba que se estuviera marchando el sol. Cuando algún pez
gordo picaba, siempre nos gritaba para que fuéramos a verlo; en alguna
ocasión había pescado hasta pulpos, entonces... era una fiesta!!!!
Cuando nos vinimos a vivir muy cerquita de la playa, mi padre seguía
pescando, pero, sin saber por qué, poco a poco lo fue dejando. Alguna
vez le he preguntado por qué lo dejó, pero no sabe explicarme muy bien
el motivo. Yo creo que el tener el mar tan cerca, el poder acercarse
caminando cuando le apetecía, fue, precisamente, lo que le quitó
emoción. La gracia estaba en coger el coche en familia, y todo el
ritual que ello llevaba. Posiblemente irse solo era lo que no le
gustaba. Yo solo sé que nunca he comido un pescado tan rico como aquel
que sacaba mi padre de las entrañas del mar; ese día cenábamos como
aunténticos reyes.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Quizás, a veces, con el tiempo también se van las ilusiones, además de la vida. Queda un poco cursi, pero...
ResponderEliminarGracias por compartir tus escritos. Me gustan en forma y contenido.
Un saludo.