martes, 14 de diciembre de 2010

La ciudad

Errante por la calle, camina sin saber bien a dónde se dirige, ni siquiera imagina donde estará dentro de una hora. Recién salido de una pensión de mala muerte, donde cree haber pasado la noche más calurosa de su vida, dobla una esquina y se topa con un vagabundo, que maldice algo entredientes mientras lo mira de arriba abajo.

- Necesito un auto - piensa para sí, aunque no sabe cómo lo va a conseguir.

Todavía no ha amanecido, las calles están húmedas y un putrefacto olor sube por las alcantarillas. Mientras se enciende el último cigarrillo (maldita sea) maquina en su cabeza como salir de alli, más allá de los suburbios. A lo lejos, y cruzando por el puente, observa como una pareja de la policia patrulla por el barrio. Sabe que ya están llegando al final de su turno, y aúnque todavía está muy oscuro,cree adivinar sus caras fatigadas, ojerosas, y esos ojos vidriosos que te hacen conducir ya por instinto. Y saca del bolsillo de su tejano la placa, aquella insignia que tantas alegrías, pero también tan malos ratos le había hecho pasar. A la luz del semáforo parece aún más brillante, casi nueva.

Da la última calada a su apurado cigarro y observa a su alrededor: a pesar de todo, la ciudad, su ciudad, está muy hermosa a esas horas. Y como la echará de menos...Pero el momento nostálgico le dura poco. Debe estar lejos de alli antes de que amanezca. Una ligera brisa se levanta, anunciando el nuevo día. Se mete las manos en los bolsillos y acelera el paso.

Dicen que la ciudad nunca duerme, y siempre espera. Y eso es lo que espera él.

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