martes, 29 de noviembre de 2011

Domingo de verano

Isabel se levantó muy temprano, como de costumbre. A pesar de no tener que trabajar hoy (era Domingo) no podía quedarse en la cama más rato del acostumbrado. Así que, con toda la rabia de su corazón, se tuvo que levantar.

Se dirigió a la cocina en busca de ese amargo café que le retornaba a la vida, sin él, decía, no podía vivir. Justo en el momento en que la cafetera empezó a pitar con un silbido ensordecedor, un repentino escalofrío le recorrió su bronceada espalda. Si dudar un momento supo que había alguién detrás suyo... pero nisiquiera se movió.

-Hola Pedro - dijo con verdadera calma pausada.

-Hola, veo que me has conocido - dijo una voz demasiado masculina.

-Tu aroma todavía me es inconfundible..

Silencio.

-Que tonta fui, nisiquiera me había acordado que aún guardabas unas copias de las llaves, no debiste utilizarlas. ¿A qué has venido?

-Solo quería verte. De repente, te eché de menos.

Más silencio.

- Es que... ¿no vas a decirme nada?

- No tengo que decirte nada más, Pedro. Eso lo sabes desde el mismo momento en que cerraste esa puerta.

El café ya estaba listo. Isabel apagó el fuego, y, como hacía cada mañana, se sirvió un poco en una taza debidamente apartada en el mármol, la noche anterior. El café le gustaba muy amargo, pero también muy dulce. Se procuró tres cucharillas colmadas de azucar dentro del oscuro líquido.

- ¿No me vas a ofrecer?

- ¿Café para dos? Ya no sé lo que es eso...

La paciencia se le estaba agotando.

- Te quise pintar, pero de repente se me olvidó como es tu rostro, por eso vine a verte, quiero volver a verlo, será un regalo para tí...

A Isabel se le dibujó una sonrisa burlona en el rostro, que él no pudo ver. Aún seguía de espaldas...

- Qué ironías nos gasta la vida... Yo, por más que quise olvidar tu cara, jamás pude. Pero, créeme, lo intenté con todas mis fuerzas. Ahora creo que deberías marcharte...

- Isabel, por favor, te ruego me escuches...

- No tengo que escuchar nada. Las cosas suceden como tienen que suceder, y el pasado ya no se puede cambiar. Pero yo tuve suerte, de veras que tuve muchísima suerte. Abajo, en la puerta, me estará esperando una persona que me valora por lo que soy, alguien, que como yo, es ciego, pero me ve, ¿me oyes? Sí me puede ver! ¿No es maravilloso?

La cara de Pedro palideció de repente... Y ella lo supo... Lo odiaba tanto por haberla abandonado cuando más lo necesitaba... Él la quiso en la salud, pero no en la enfermedad. Por un momento se compadeció de ella misma por haber creído que Pedro era el más valiente de todos los chicos. El siempre se había jactado de ello cuando eran novios. Pero la pena que sentía por él en aquellos momentos anulaba cualquier otro sentimiento que pudiera sentir, con creces...

Las llaves sonaron al caer contra la pequeña mesita que había en la cocina, seguido de un pequeño golpe de la puerta al cerrarse. Se había marchado. Isabel miró instintamente por la ventana de la cocina hacia la calle, como si de verdad lo estuviera viendo marchar, lentamente, con la cabeza gacha. Avanzando entre los árboles del parque... Y de repente sintió sueño. Por primera vez en tantos Domingos tenía ganas de dormir. Se tomó el último sorbo de café, y se dirigió hacia el dormitorio. Dudó un momento. No debía de haber dicho "café para dos"... ¿Le habría creído?

- Todo está bien - dijo en voz alta.

Sí, todo estaba bien. Y aquel Domingo de verano, Isabel durmió hasta mediodía.

3 comentarios:

  1. Por qué motivo estuvo en la salud y no en la enfermedad? En qué "le falló"?.

    ResponderEliminar
  2. "me estará esperando una persona que me valora por lo que soy, alguien, que como yo, es ciego, pero me ve, ¿me oyes? Sí me puede ver" - ¿Te da una pista? :)

    ResponderEliminar
  3. Mmmmm... Me temo que ando más ciego que el ciego que puede verla.

    ¿Sería el que cerró la puerta y dejó las llaves sobre la mesa, la persona que realmente la valora por lo que es y estará esperando abajo, en la puerta?.

    ResponderEliminar